viernes, 18 de diciembre de 2009

Un brindis.

Estoy a punto de levantar mi copa y escuchar el discurso de mi familia para después decir ¡Salud! Mientras tanto mi hermano no pierde la oportunidad de azotarme una puerta en la cara y todas las puertas que encuentre de aquí en adelante. Estos instantes que vertiginosamente cambian de un momento a otro se llaman navidad. La navidad plástica en dónde los medios suelen amaestrar nuestra mente con toscos comerciales que cambian del odio consumista a la reconciliación del mundo y la unión familiar (o sea, consumir en grupo). Sin alternativa alguna y meditando profundamente acerca de lo que todos los años sucede en estas fechas entré en una especie de parálisis cerebral por no encontrar un momento adecuado para escribir, esta fragmentación de la que hablo puede ser en mi caso consecuencia de una mente incapaz de desechar las imágenes recolectadas a lo largo de este periodo de estudio y de asueto que se acumulan hasta apelmazarse y, finalmente bloquearme.

Sin embargo mi incapacidad para escribir literatura aquí y en mi libreta personal no tiene nada que ver con mi capacidad crítica para escribir acerca de lo que representa sobrevivir a una navidad. La serie de mendigos falsos que están a las afueras del metro, dentro y por todos lados pidiéndote con cara de sufrimiento un peso, porque ellos son pobres muy pobres, y piensas: "Yo debería estar pidiendo una moneda, también soy pobre", te vas sin mirarlos, aunque en el fondo sabes que ellos no necesitan la moneda más que tú. Para fundamentar mi opinión cito un fragmento del libro que estoy leyendo:

"Aún en los ricos hay una pobreza que se ignora. Es difícil que lo entiendan. Ellos repiten sin ton ni son las frases evangélicas como si se tratará de un cuento de hadas del que sólo hay que celebrar las partes enternecedoras como la Navidad. ¿Se ha dado cuenta de que nada celebran con más gusto los ricos que esa fiesta? Es hermoso un nacimiento; mucho más el de Nuestro Señor. Pero detrás de éste los ricos no miran la carga infinita de renuncia que supuso, el tremendo testimonio de la renuncia de Dios a ser Dios, el amor a lo pequeño, a lo pobre y simple, a lo que sólo depende de la contingencia y llenan toda esa belleza con los signos de su poder: las comilonas, los regalos costosos y el dinero, un sustituto corrompido de los signos del don y la alegría" (La confesión. Javier Sicilia)

De ninguna manera quisiera sonar ridículamente religiosa, por lo tanto esa cita coincide perfectamente con algo que viene faltando en este mundo, en esta fecha y en todos los putos momentos en la vida del mexicano: la espiritualidad. Esa palabra se ha vuelto ajena a nuestros oídos y creo que alguien con un poco de sentido común lo reconoce. El mundo no se salva con la falsa caridad y el simbolismo de un mundo mediocre, tal vez pudiéramos encontrar una luz en mirar cuál deteriorada esta nuestra espiritualidad con cada grosería que se alimenta de nuestros complejos, con el despojo de humanos que nos vaciamos sin hacer nada, sin mirar nada. Somos los objetos de un capitalismo devorador, de una televisión que nos deja con un cumulo de anhelos incumplidos, de gobiernos incapaces de atender las necesidades de poblaciones. La constante indiferencia que permea a esta sociedad contemporánea proviene de esa falta de espíritu combativo; dejar la cómoda postura de mediocridad requiere de sacrificio, por lo menos aún no se de algún guerrillero que haya ido a luchar con un Ipod.

Este año brindaré por que se despierte la reverencia espiritual. ¡Salud!

2 comentarios:

gatote dijo...

Para mi despertar contigo en más relevante que cualquier fecha oficial y el simple evocarte es ya un vínculo espiritual.

La guapa dijo...

En algunos momentos de mi vida prefiero ser de la corriente platonista. Lo espiritual que se vuelve hecho y no palabra. Mañana se disiparán mis dudas y mis años. Tal vez...

Abrazo