sábado, 13 de abril de 2013

Nota del autor.

Tengo un odio tan grande que quisiera quedarme...

viernes, 12 de abril de 2013

Una luz descalza


Generado por nosotros mismos, el deseo cobra vida propia para luego sobrepasarnos. Su abrumadora presencia, observadora en todo momento de nuestros pasos, se cierne sobre nosotros esperando la ocasión para doblegar nuestras piernas y ponernos de rodillas. Así está la cosa.

Los budistas aconsejan tener la suficiente fuerza de voluntad para desprenderse de él, pero antes de tomar ese paso, el deseo cobra distintas formas.

Una hombre no muy guapo, inseguro y acomplejado se cruzó por mi camino. Su vida atravesaba por un periodo de soledad, la última novia que tuvo y él habían terminado de forma dramática. Como todo proceso de adaptación buscaba una amiga, en realidad buscaba a alguien y ya. Jamás me sentí atraída por él de inicio, su baja estatura me cohibía, pero qué agusto se platicaba con él, hablaba mucho conmigo de cualquier cosa, como si tuviera una necesidad de reflejarse, de existir, de saber que en algún lugar del mundo tenía cabida y que su vida seguía. Yo, que nunca he sido grosera, aveces me aburría de lo colgada que podía ser una explicación de un tema simple, pero advertía que él lo necesitaba y yo lo escuchaba con atención, como suelo ser con las personas.

Las conversaciones se fueron haciendo más cotidianas, hablar con él se convirtió en un alimento necesario para el alma, pues cuando era mi turno, respondía con la misma atención y paciencia que yo le brindaba, nos necesitabamos, sin saberlo. Después supe que era un escorpio encantador y sumergirme en la profundidad de esos seres se volvió una excursión deliciosa. Mis visitas a su casa/oficina se comenzaron a volver recurrentes. Dejaba a mis amigos, mis cosas, mis tareas e iba y le platicaba a él de mi día, de mis clases, de la gente, de los libros, del amor, de la amistad, de todo. Muy pronto su cubo/oficina nos quedó pequeño, salimos a comer, luego a desayunar, luego simplemente saliamos juntos, mirandonos con una bella complicidad. Si algo llevo en mi corazón, son esas miradas. En la noche, cuando llegaba a mi casa, todavía chateabamos y así mi corazón y mis ojos comenzaron a desearlo.

Los meses más dulces que he vivido fueron con él, su presencia era algo inagotable. Ya lo deseaba, ya me gustaba y su baja estatura, cuerpo redondete, cachetes y cicatrices se fueron convirtiendo en mi adoración. Todos los días pásabamos tiempo juntos, sólo nos faltaba dormir en la misma cama.

Como su buena amiga y confidente sabía que su vida sexual seguía, que cada fin de semana se iba a echar su desmadre y cogía (vaya que sí) con todas las faldas que se le cruzaban. Llegaba el lunes y omitía contarme sus aventuras, hasta que se lo pedí y él accedió. Sin estar enamorada de él, me entretenía demasiado sus relatos de ligue y seducción. Mi cabeza siempre generaba ideas para ponerlas en práctica con mis amantes, aunque siempre las cosas se me salían de control. A cambio yo le contaba mis historias de desencanto, él se reía y me pendejeaba, con la confianza de alguien que te quiere un chingo. Después hasta me decía, hazle así y así y verás. Era divertido porque funcionaba, eso también me gustaba de él, su cinismo.

El día que con cierta timidez en su carro me quiso agarrar una pierna lo atesoro para bien. Después de sus historias me costaba trabajo creer que agarrarme una pierna fuera tan dificíl, pero yo tomé su mano y la puse sobre mí, él me miró y sonrió. El deseo entre nosotros ya estaba declarado.

El amor nos mantuvo mucho tiempo después de tener sexo. Yo no esperaba nada de él, luego sí. Después de un año lo que seguía era estar juntos, bien. Pero en la vida y en el amor se suele perder con frecuencia. Todo se rompió tan rápido que lo único que recuerdo era que yo tenía mucha prisa por olvidarlo, él igual.

Él viajó a Europa, según porque yo lo mandé (y entiendase esa frase como guste). Yo me quedé a olvidarlo viendo pasar los carros de las avenidas y los metros. Después de odiarlo un rato y perdonarlo, él volvió, pero ya no lo deseaba igual, ya no lo amaba. Por no ser grosera lo acepté, pero se dice que hay muchas formas de despedirse. La nuestra no fue la mejor y hoy de eso sólo quedan los recuerdos de una complicidad irrepetible. De una luz descalza.

jueves, 11 de abril de 2013

Nada es lo que parece


Era una invitación algo natural "ven a mi casa y trabajamos el texto de la clase juntos". Una propuesta poco común, de un hombre muy común. No hacía falta que a Zugeil le rogaran mucho, ella no estaba acostumbrada a cortejos o galanterías, su vida era práctica y los preámbulos le aburrían. Ella aceptó, pero sintió que su vagina palpitaba, un escalofrío vuelto pensamiento la asustó.

-¿A qué hora?
-Puedes llegar a las cinco

Una vez pactada el acuerdo, Rafael le tendió la mano y se despidió de ella casi sin mirarla, su corpulenta figura atravesó el pasillo que divide los salones de la pequeña universidad. Zugeil se recargo sobre una de las paredes frías a reposar su sorprendida excitación.

Al diez para las cinco Rafael se rasuraba con espuma perfumada, pasaba el rastrillo suave, pues para él su rostro era el premio mayor. Movía el rastrillo al tiempo que maldecía su pesada barba y la herencia libanesa de su padre. 
Zugeil tocó, decidió esperar, volvió a hacerlo y nadie salió a la puerta. Rafael con un dominio de sí, abrochaba los botones de una camisa a cuadros mientras Zugeil tocaba por tercera vez.
Al cabo de un rato él salió cambiado y perfumado.

-¿Vas a salir después de nuestro trabajo?--preguntó Zugeil molesta, cuando emprendía su quinto intento por tocar

Sin responder él la invito a pasar, le ofreció agua y sacó los cuadernos para comenzar a revisar el texto que tanto trabajo les costo en la clase de filosofía. 

-Me gustó que hayas llegado temprano Zu...
-¿Zu?
-¿No te gusta que te diga Zu? A mí me parece realmente lindo

Ella se encontraba encantada, Rafael le atraía desde que expuso en una clase de hermenéutica pero su aspecto siempre la intimidó, era un hombre decidido, sin duda, pero tenía un aire animalesco que le parecía exagerado y a la vez atrayente. Sin proponérselo ambos terminaron de entender el texto en dos horas. Al cabo de un par de vasos de agua de piña con vodka, con un poco más de confianza ella decidió despedirse de él con un beso en la mejilla. Por su parte Rafael rozo ligeramente uno de sus pechos mientras intentaba evitar el beso.

Con un desconcierto él abrió la puerta mientras ella miraba la suavidad de su cuello y un lunar que conectaba su cuerpo a la especie humana. Ella cerró la puerta para apurarse a morder el cuello de Rafael, éste apenas conteniendo el equilibrio de la impresión intentó aventar a Zu, mientras ella comenzaba a dejarle un pedazo de piel morada.

A Rafael no le gustaba aquella hazaña espontánea, como casi todo él, esa acción se salia de sus planes de seducción, impaciente subió su falda para quitar sus pantaletas. La suavidad de sus caderas lo prendió tanto que casi se viene. Ella había subido su blusa para enseñarle los pechos. Faltó tiempo para quitarse toda la ropa, pues Zu, excitada por la masculinidad de Rafael y su aroma a perfume no resistió y lo beso, introduciendo su lengua para jugar con la de él. Su boca mordisqueó los labios de Rafael, mientras éste tomaba su cara con ambas manos y seguía el ritmo del beso, desgarrador y exagerado.

Un rato paso hasta que ambos, agotados, soltaron sus bocas y respiraron aire, sus alientos fueron los restos de una exorbitante exploración. Húmeda, Zu se hizo bolita para recostarse sobre el pecho de él.

Un silencio los tomó desprevenidos.