sábado, 24 de septiembre de 2011

Una noche con velas

Cuando llego a casa un aroma familiar me rodea, buscar entre mis cajones la ropa que me gusta, ir a la cocina y coger un trasto, todo eso es una actividad que mi cerebro hace familiar. La escuela, la rutina, todo gira en un ambiente donde me encuentro en el centro. Algunas veces la misma atmósfera que nos procuramos nos acoje brindandonos un sentido de protección, quisiera argumentar más al respecto de ese sentido de la protección, pero no tengo a la mano documentos ni autores  que puedan describir más adecuadamente lo que quiero decir. Lo que sí tengo es la hipótesis de que ese sentido de la protección nos ha acompañado desde siempre y sin saberlo nos entregamos a él, lo materializamos en todo lo que hacemos, somos un microcosmos impregnando nuestra escencia alrededor, de esa forma nos reconocemos y en ese reconocimiento reproducimos el sentido de la protección.

Un casa es el más elemental de los ejemplos de  lo dicho anteriormente. La musica podría ser otro. Identificar nuestra esencia en las cosas más elementales, reconocer nuestro propio aroma es algo que nos arraiga a este mundo y nos da un sentido, sencillamente nos hace existir, Sin embargo ¿Qué pasaría si un día no pudieramos reconocernos en esas cosas sencillas? La finitud (espero no estar usando ese término filosófico mal) de lo material no nos espejearia avisandonos nuestro lugar en el mundo.

En un accidente cuando alguien pierde el sentido sufre una desconexión con este mundo , semejante a la muerte, pero perder el sentido no es unicamente desmayarse para no despertar, también implica el no reconocimiento de uno mismo en lo que hace, la parálisis emocional. Encontrarse en un lugar solo, sin amigos, sin dinero, sin un espacio que podamos reconocer y a la vez reconocernos en él, es como quedar desmayado en una parte donde nadie nos recuerde y viceversa. Lo más extraño de perder el sentido de la forma anterior (o sea, colocandonos en un lugar que no nos reconoce ni reconocemos) podría ser un tipo de muerte, pero a diferencia de la muerte que nos cuarta la existencia, ésta nos cuarta el sentido de nosotros mismos, nos extravía, porque vaya que si nos ponemos en un lugar con mucha gente ellos por lo menos nos miraran, entonces sabremos que existimos por esos ojos indiscretos, pero no sabremos quienes somos. Finalmente todo perdido.

Para cerrar este micro análisis de la protección me viene a la cabeza un enfermo de Alzheimer, alguna vez observé la mirada de una anciana saliendo a pasear con su familia a la que ella evidentemente no reconocía, su mirada asustada se negaba a salir del sanatorio en donde se encontraba y poco a poco tuvo que ceder a las peticiones de su familia para que subiera a un carro e irse. Es sabido que la enfermedad de Alzheimer es una pérdida progresiva de las facultades motoras y de la memoria, ahí los sentidos que hacen que nos reconozcamos mueren de a poco e insisto al punto, nos sabemos existentes ante las miradas de los otros, pero nosotros no tenemos arraigo en nada, y sin nada el sentido de la protección no existe.

Puede ser que cuando perdemos el camino, cuando parece ser hasta glamuroso extraviarse como todo artista, no lo es, siempre la línea trazada es el mejor lugar posible. Me espera una larga noche de velas, un regresar al centro, obviamente no hablo ya de un enfermo, hablo de un extravío y un reencuentro, mientras se pueda...





jueves, 1 de septiembre de 2011

El zapato de cenicienta.

Ella (la cenicienta) dejó su zapato en un cuento, el final de ese cuento parece no resultar  del todo favorable para ella. Respira profundamente y cree que no hay más.

--Se acabó--
---Llego el final.---Piensa.

Nunca hubo un principe que la buscara y probara su zapatilla, nunca hubo un hada que la invitara a la fiesta. Ella viaja sola y la tristeza se percibe en cada poro moreno de su piel, en cada historia trillada como esta, en el cuento que escribió y que nunca se leyó.