sábado, 17 de abril de 2010

Cancionero.

¡Oiga Usted! ¡Detengase!

De esta forma le gritaban unos policias a un hombre que corría apresurado por la avenida Insurgentes; dando vuelta en una esquina unos oficiales bajaron de una patrulla, lo acorralaron y entre tres lo golpearon. El hombre que se encontraba agitado por la corretiza no hizo más que taparse con su guitarra la lluvia de trancasos que le salpicaban, al final el hombre de la guitarra terminó en una patrulla con su guitarra molida.

En un ministerio público el calor apenas era apaciguado por los ventiladores, los oficinistas y comandantes con sus trajes baratos y sobresalientes panzas apuraban sus deberes para  la hora de salida, los ánimos eran de aburrición, quejas y charlas sin sentido. En medio de papeles también sin sentido la patrulla 05648 llegó al ministerio público con un hombre lastimado, los oficiales sin mayor explicación lo habían desprendido de su cinturon, lo habían dejado sin zapatos y le habían quitado el saco negro que llevaba dejando ver una camisa sucia y  salpicada de sangre. La guitarra era un lujo que en los separos no se podía permitir. Los policias lo encerraron ante las miradas desconcertadas de los oficinistas  junto a otros detenidos.

-¿Y este tipo que ha hecho?  -Preguntó un comandante del juzgado-
-Se le ha ocurrido matar a muchacho que lleva tres dias desaparecido.

Con estas palabras el comandante y el oficial se entendían para levantar el acta, sin ningún testigo.

El hombre lastimado del separo sabía que todo tenía una buena explicación, así que gritó y gritó hasta que el comandate accedió a verlo.

-Yo puedo explicarlo todo -le decía el hombre al comandante-

El comandante, un hombre regordete, moreno y con una pistola que le adornaba el cinturon se acomodó en su silla para escuchar la confesión. El hombre comenzó:

Me llamo Carlos señor y trabajo de cancionero callejero, voy a restaurates, camiones y algunas veces en la calle canto por cinco pesos a las parejitas o por lo que me den...yo le juro señor que soy inocente, yo no sé de que me acusan.

-No te hagas pendejo -le dijo el comandante- Sabemos bien que mataste a ese chamaco, o por lo menos le ayudaste a matarse.

Señor le juro que yo no sé, yo apenas lo conocí anoche. Yo estaba dando mis rondas en la colonia Polanco, ahí es donde mejor me va, estaba muy cansado y como había juntado buen dinerito por mi ronda que comenzó desde temprano decidí entrar a una cantina que se llama Centenario, mire, todavía la recuerdo. Entré y no había mucha gente, estabamos como seis personas desparramadas en un lugar como para ochenta; cansado como estaba pedí tres cervezas, yo quería más pero estaban muy caras, para compensar y que siguieran sirviendome tragos le pedí al gerente que me dejara tocar unas canciones, él gerente muy amable me dijo que sí. No le voy a mentir, ese muchachito me atrajo como un imán, tenía una mirada bien triste, sus ojos eran de un azul cielo, pero me veían como no mirandome, su boca era roja, parecía de niña recien pintada, yo hasta pensé que era medio maricón porque se movía con mucha elegancia, como si los objetos que le rodearan lo fueran a ensuciar. Yo me acerqué por que el tipo era el de aspecto más triste en el bar y pensé que sería más fácil convencerlo de aceptar una canción.

Estaba yo bien cerca de él cuando me miró y me pidió que me sentara; obedecí y me invito un trago, después otro trago y otro y otro hasta que salimos del lugar muy ebrios. No me decía nada que fuera importante, sólo recuerdo sus carcajadas que no correspondían a su apariencia tan frágil, me asustaba mucho cuando se reía, parecía que me iba a devorar, además sus ojos brillaban más de lo normal y se incendiaban. El muchaho y yo  subimos a su coche, recuerdo bien que era un volvo color rojo, un carro de lujo... subí chocando con todo lo que se me atraveso, mi guitarra y yo no cabiamos en ese carro tan chaparro, pero el muchachito se cagaba de la risa nomás. Quién sabe para donde jalamos. Llegamos a una avenida sola, me baje a orinar y cuando subí el muchaho estaba llorando, lloraba mucho y eso también me asustó, sin saber que hacer de lo pedo que estaba le regalé una canción y cuando terminé le di otra y luego otra y así hasta que lo ví quieto, no se movía, yo creo que se había quedado dormido.

Cuándo desperte estaba en insurgentes tirado como teporocho, mi camisa tenía gotas de sangre. Caminaba hacía el metro cuando  los oficiales me corretearon, me golpearon y me subieron a la patrulla, pero le juro comandante que a ese chamaco no sé lo que le paso, yo sólo le regale una canción.

                                                              
                                    ***

En una cantina del centro un cancionero se acerca a un muchaho de ojos azul cielo y boca roja casi de niña. 

¿Señor, le puedo cantar una canción?


domingo, 11 de abril de 2010

14 segundos.

Vuelvo de la luz que me segó,
vengo que quebrarle las alas a un pájaro,
vengo de no dormir; del desierto.

Me siento como el sonido de una flauta triste,
como el cuerpo arrollado por veinte trenes,
como mis silencios silenciados por la injusticia.

Tengo en el pecho un pujido
 y el boleto de vuelta del infierno,
 mi corazón  sabe
que el arte no proviene de la felicidad.