Naturalmente para Matías E.Morales,
mi niño, mi segundo corazón.
Este blog ha sido un anecdotario de pérdidas, de reencuentros conmigo misma, un ejercicio para aprender a escribir sin tantos artificios, de errores y aciertos, pero sobre todo de desamor. Me he caído y levantado de cada desilusión que en un momento de mi vida se volvió algo cotidiano, parte del cuadro de la desesperanza. Pero un día decidí dejar de caerme por mis relaciones fallidas, había otras cosas y otras formas de vivir, comencé a entender que yo era el amor y donde yo estuviera el amor como mi esencia iba a estar conmigo. El sufrimiento se fue, pero al crecer de ese modo sólo me estaba preparando para vivir mi presente y todo lo que eso implicara. El amor me hizo fuerte, sin embargo esto que estoy por escribir es una herida tan profunda que no tiene, ni tendrá nivel de comparación.
30 de abril 2017 4:00 a.m.
Una llamada me despertó, era el papá de mi bebé del otro lado del teléfono para decirme en frente de otra mujer que conmigo no llevaría una relación, sólo de padres. Yo llevaba 11 semanas de embarazo y él y yo teníamos escasos dos meses de conocernos. El dolor de esa llamada fue el principio de su revancha contra mí (según él, sus razones tenía). "Sólo nos pondremos de acuerdo para lo del niño, ese que posiblemente sea mío" "Es mi único compromiso contigo". El cuerpo muy sabio al entendimiento del dolor comenzó a hacer su labor. Mi bebé pequeñito hizo que mi espalda baja comenzara a agitarse, mi boca estaba seca y la saliva para poder responder o decir algo dejó de fluir. Mi vientre dolía mucho y se endureció de un minuto a otro. Los sonidos desaparecieron y empecé a sentir sólo dolor, físico y emocional. No pude hablar, corté la llamada porque no podía seguir, era demasiado dolor el que sentía, por parte del papá de mi bebé, mío y de mi cuerpo. No pude, colgué y así pasaron 10 días.
11 de mayo 2017 15:17
Apegarse a la rutina es lo más inteligente que uno puede hacer cuando se le embiste de esa forma, el 30 fui con un doctor de urgencia porque mi vientre estaba duro, saber que mi bebé estaba bien era lo único que me importó. Fui y me recetó reposo absoluto. No podía, debía trabajar, ahorrar, sacar dinero para cubrir los gastos de mi parto, de mi hijo y de aquellos imprevistos que surgieran. Me negué. Mi madre me insistió, pero entonces al ver mi estado de tristeza toda mi familia se unió. Para ese momento ya había dejado de vivir cerca de mi trabajo, había vuelto a la casa paterna, único lugar seguro pero lleno de inconvenientes para trasladarme y hacer mi vida. Vivir a 2 horas de la ciudad no es de Dios. Mi padre comenzó a llevarme al trabajo y se comprometió como un valiente a ir por mí TODOS LOS DÍAS. Nuestras vidas comenzaron a modificarse en serio, de ser una mujer independiente y con movilidad, ahora dependía de la amabilidad de mi padre para trasladarme. Mi bebé y yo comenzamos a vivir así, dependiendo de otros, pero por alguna razón pensaba que el papel que mi familia se esmeraba en cubrir a cabalidad le pertenecía sólo al papá de mi bebé. Lloraba casi todos los días hasta que le envíe mensajes por whats app. Una foto del último ultrasonido, donde mi bebé estaba bien, con su corazón latiendo. Le pedí que volviera, se negó y de nuevo me topé con un odio y desprecio a causa de sus inseguridades. Fueron 3 días a partir del 11 de mayo donde le rogué y supliqué que no nos abandonara. "Sólo debemos hacer equipo por el bebé" "No voy hacer pareja tuya NUNCA" "Seremos padres nada más". Para ese momento ya había faltado a un par de consultas médicas. Iba en serio.
17 de mayo 2017
Era una cita médica importante, mi embarazo de alto riesgo requería especial atención, así que me canalizaron a una clínica de especialidades. Ese día por fin iba a saber el estado real de mi bebé y nuestras posibilidades para llegar a buen puerto. Las mías no eran alentadoras, me habían advertido que yo podía morir en el parto o cesárea desangrada porque mi útero lleno de miomas no resistiría, o que me quedaría sin matriz "este puede ser su único hijo" me advertían los doctores, "es posible que no se vuelva a embarazar". De pronto todas las opciones se me cerraban. En la clínica de especialidades sabría la verdad. Fui sola, necesitaba escuchar el diagnóstico, si el papá del bebé no nos hubiera abandonado él hubiera estado ahí amoroso y lleno de amabilidad. Me sentí la mujer más insignificante del mundo, con una panza de un hombre que me despreciaba en un momento inadecuado por razones inadecuadas. El médico me dijo que el bebé estaba bien, pero que el pronóstico para su desarrollo no era bueno, dijo que mi útero lleno de miomas posiblemente lo expulsaría en la semana 16. "Guarda reposo y esperemos porque no debo mentirte, si el bebé se sale te puedes desangrar debido a tu estado". Otra vez el reposo, el papá debía saberlo, debía pedirle ayuda porque sola no iba a poder. Le informé lo que me dijo el doctor a través de una llamada por teléfono. "Si te vienes a quedar a mi casa yo me salgo o compro una sala para dormir ahí". Más tacto hubiera estado bien, pero no, recibí lo que él considero que merecía. Obviamente tragué saliva, la más amarga de mi vida, levanté mi dignidad y la de mi hijo para continuar trasladándome en transporte público o con mi papá. El cuerpo y el alma nunca me habían dolido tanto y tan fuerte. Mi próxima cita era para el 29 de mayo. Mientras tanto "A", mi ex novio me ofrecía su casa como una muestra de respeto, amor y entendimiento al momento que estaba pasando.
29 de mayo 2017 15:00
Fui a la clínica para un ultrasonido de valoración, desde que llegué comencé a ver a las mujeres con sus panzas, acompañadas de sus novios o maridos, era como una tarde de parejas embarazadas. No me gustó nada el ambiente, estaba percibiendo de más esa ausencia que en mi estado normal hubiera olvidado en una semana. El papá de mi bebé me trató como una cualquiera y redujo todo nuestro cariño a una aventura casual, entonces ¿lo extrañaba yo o mi niño? No paraba de tener un nudo en la garganta. Al llegar al ultrasonido nadie lo iba a realizar; un médico residente reprogramó la cita. Con mis pocas semanas no era tan urgente. Me enojé, salí emputada porque si era urgente para mí, caminé un pedazo de Río Magdalena hasta que encontré una fonda donde comer. Al llegar pedí el menú y luego comencé a llorar, no paraba de hacerlo. Para ese momento mi único amigo y escucha era "A". Mediante mensaje le dije ¿Imagina que eres mujer, que sólo puedes tener un hijo y que lo vas a tener de alguien que te desprecia? -Uf- me respondió, "si necesitas algo aquí estoy". Me negué, debía volver al trabajo y así fue. A las seis ya de vuelta en la oficina comencé a sentir un flujo abundante, era sangre. Me asusté y el único que se me vino a la mente era al papá de mi bebé, lo necesitaba, pero él no iba a ir por mí si no le decía primero que tenía, ya que estaba en una junta y para zafarse debía ser algo "importante". Estoy sangrando, le dije. Con renuencias llegó a mi trabajo. Fue estúpido pedirle ayuda porque él se fue por su lado en su bici y yo por el mío en un taxi. Estaba asustada y colapsada emocionalmente, pero al menos él estaba ahí.
Un arranque mío en urgencias terminó de agotar su poca paciencia, le grité, lo aventé contra una pared y lloré como niña abandonada, mientras lo abofeteaba y le preguntaba "¿Por qué nos abandonaste?" Justo en ese momento entendí que la sangre no era producto de mi estado físico, sino emocional (los expertos en medicina dirán que fue mi propio cuerpo el que no resistió). Él estaba ahí, pero despreciándome con toda su energía, ni un cariño de su parte recibí, sólo escuetos mensajes por whats app "Todo estará bien" "Debemos tener fe" "Ni tú ni yo estaremos solos, siempre estará nuestra hija". Lo que quería era que se fuera ¿Para qué le llamé? me pregunté, ¿Para qué estaba ahí? Fue un error mío en dónde yo salí más perjudicada por buscar su ayuda en medio de un proceso de revancha y desprecio que él decidió tener hacia mí. La cagué.
El 31 de mayo me dijo que el episodio de urgencias había sido muy desagradable para él (¡Claro! sólo para él) y que debido a mi estado dejaría de enviarme mensajes porque él siempre buscaba la forma de ayudarme pero yo era "la que no podía estar con él". Entre todas las cosas que me dijo era que esperaba que yo me recuperara pronto, que él me deseaba lo mejor, pero que "no me quería más". Según él yo era una mentirosa, una irresponsable, pero sobre todo una persona en la que no confiaba y que de los dos meses que duramos al tercero se le acabó el amor por mí. En el hospital me llenaron de medicina, de sueros, piquetes y todo sucedía mientras él me dejaba claro "Te amé, pero ese sentimiento no regresará NUNCA". Me dejó claro que hiciéramos "equipo como padres" y era todo lo que me ofrecía, era mi decisión aceptarlo o no. "Pásame un plan para asistirte de manera clínica por mi hijo". Mi cuerpo, mente y corazón no podían soportar más porque si no aceptaba "Iba a ver un juez que nos dictara a él y a mí lo que debíamos hacer", así que luego de unas cachetadas por parte de las enfermeras envié unos mensajes simplones, suplicantes y vacíos. No hacía más que intentar explicar lo que venía sintiendo sobre la necesidad de que su AMOR nos envolviera a mí y a mi bebé. Lo necesitábamos, pero él ya no estaba ahí.
12 días después...
Entraba y salía del hospital, ese fue mi ciclo durante junio. En mis entradas y salidas conocí a la vigilante, tuve 6 compañeras de cuarto, todas con historias de desprecio, que en apariencia contaban victoriosas, sin embargo siempre había una cesárea que no cerraba, niños flaquitos, con anemia, infecciones o prematuros. El desprecio y rechazo a una mujer embarazada en apariencia no afecta, una puede soportarlo y sobrevivir, incluso llevar a buen puerto el nacimiento del bebé, pero esos 21 días en el hospital me abrieron los ojos para ver que en esas circunstancias el desprecio es por partida doble, a la madre y al bebé. A una de mis compañeras le tuvieron que volver a abrir su herida para intentar ponerle puntos otra vez, otra de ellas tuvo una infección vaginal en su etapa final de embarazo, su bebé nació prematuro y casi se ahoga. Otra de ellas había sufrido un aborto a los 8 meses de embarazo, su niño nació muerto. En apariencia no afecta pero las consecuencias de soltar a quemaropa un "No te quiero" "Muérete con todo y el niño" o "Tú mataste a mi bebé" para mí se volvían cada vez más evidentes. Yo vivía estresada porque el papá del niño sutilmente me amenazaba con reconocerlo mediante una prueba de paternidad, hacer valer "sus derechos", pensaba que tendría que involucrarme en una pelea desgastante, además de tener que compartir a mi hijo con alguien que sólo nos hacía daño y buscaba las formas posibles de seguir haciéndolo. Nos despreciaba y dudó de nosotros. Nada que hacer.
12 de junio...
Eran las 19:00 hrs. y el sangrado empeoró, pasé de no tener más que un flujo café a una abundante menstruación, un ultrasonido lo confirmó, mi bebé estaba naciendo, no había nada que los médicos pudieran hacer, la fuente se había roto y una de sus piernitas estaba en mi canal vaginal. Era cuestión de horas para que todo su cuerpo saliera. Entré en estado de shock, me llevaron a una sala de emergencias dentro de emergencias, ya no estaba en piso y me explicaron que oficialmente había entrado en labor de parto. El dolor iba a ir en aumento hasta que mi bebé naciera.
Fueron cinco horas donde llené sábanas y sábanas de sangre mientras mi vientre se retorcía de dolor, la sala era fría con sus luces pálidas. Fueron horas donde sentí a mi bebé morir, como el amor de su padre hacia nosotros (suena increíble, pero sí). El dolor me hizo gritarles a los doctores que me dieran anestesia. De pronto me vi con un catéter a media espalda, mientras el anestesiólogo me introducía una dolorosa aguja entre las vertebras.
12:30
Bebé nació manoteando, luchó hasta el final pero murió porque eran tan chiquito que no pudo respirar. Lo envolvieron mientras nos llevaban a quirófano. Les pedí a los doctores que me lo dieran, quería ver su cuerpecito. Los médicos lo pusieron a mi lado, no podía dejar de mirarlo. Con los trapitos limpié la sangre de su piernita; mi bebé era hermoso y se parecía a su papá. La forma de su cara, la nariz, sus manos, sus pies, era un bebé formado, grande para sus semanas y sumamente hermoso, su sexo ya estaba definido, iba a ser niño. Con esa imagen en mi cabeza abracé a mi fetito bebé y lamenté mucho más que su papá dudara de mí, de nosotros. Los doctores me lo arrebataron mientras una enfermera me inyectaba otra anestesia y me decía "Te va a dar sueño". Y así fue.
Cuando desperté estaba en piso y lloré, como nunca lo había hecho, lloré con dientes, ojos, piernas, brazos, corazón y con cada parte de mí. Me tapé la boca con la sábana y grité de dolor, todo lo que pude. En los dos días posteriores me dispuse (medio muerta, medio viva) a resolver las diligencias de mi bebé, desde la cama del hospital coordiné que mis papás recogieran su cuerpo, en conseguir una funeraria, pagar, en levantar el acta de defunción, el certificado médico y todo lo correspondiente. A las tres de la tarde pude salí del hospital para despedir a mi niño, mi familia y yo fuimos directo a la funeraria.
15 de junio 16:00
Recibí las cenizas de Matías. No podían salirme más lágrimas pero mi cuerpo y mente entraron en un estado de profundo vacío y silencio. Yo había muerto con mi bebé, aunque estuviera ahí mirando su cajita. Ese 15 de junio nos incineraron a los dos.
La que escribe no es la mujer que desde 2008 redactó textos en este blog, una parte de mi corazón y mi vida se fueron con Mati, todo es un profundo sinsentido desde ese día. El papá del bebé en uno de sus muchos audios de whats app me decía que yo a él lo iba a superar, eso qué ni qué. No necesitaba educarme en obviedades. Las letras de este blog son un claro ejemplo de ello, sufro, sí, pero al final una chela, drogas, una fiesta loca y coger liberan cualquier dolor de una relación fallida (si es que alguna vez la hubo entre él y yo). Sin embargo lo que siempre intuí entre nosotros era una conexión divina, de esas que ocurren y ya, luego llegó nuestro bebé. Para mí el mensaje era claro. Un "algo" me indicaba al menos a mí que él era la persona y que yo era para él, aunque las circunstancias no nos favorecieran luchaba por ordenar mi pensamiento, corazón y vida, todo era cuestión de tiempo para que mejorara. Obvio para él no.
Toda esa energía divina me dio la espalda, por eso lloro, no por él, todo se destruyó rápido y con mucho dolor, eso es lo que siento y por supuesto la ausencia de mi Matías. Por lo demás sigo aquí, sin consuelo, sin fiestas locas, drogas o chelas. Nada, absolutamente nada me consuela, estoy sola pero viviendo este dolor con todo el amor y dignidad posible. Los médicos dicen que mi cuerpo físico se recuperará en un año, los psicólogos intentan darme consuelo, pero mi alma me dice que no es por ahí. Pienso que el dolor que le pude causar al papá de mi bebé quedó completamente cobrado y hasta con intereses. Por mi parte no podré olvidar su abandono y el lugar en el que decidió colocarnos, creo que sin nosotros será libre de tener las dos hijas que siempre quiso, su relación de pareja y todo eso que le importaba, amor, quién sabe.
Mañana 1 de julio de 2017 suena como un buen día para empezar otra vez y pedirle a la energía divina que no tarde en regresar a mí, le hablo a Mati y le pido que vuelva, con otro cuerpo y otros ojos, pero que regrese. Pienso que si sigo viva es por algo, o tal vez sea cuestión de tiempo para irme también, porque las heridas que deja la muerte son imborrables.
Por lo pronto de este 2017 si me voy, y de este blog también.
Atte.
La Guapa firmante.